La concepción taurina de Pablo Hermoso de Mendoza se sustenta en una idea principal: equiparar en la mayor medida posible la lidia a caballo con el toreo que se realiza a pie, guardando las proporciones entre ambas facetas y aprovechando al máximo el paralelismo existente entre algunos aspectos de las mismas.
Su filosofía del rejoneo consiste principalmente en que esta sea toreo. No se trata ya de pasar a gran velocidad cerca del toro y clavar, para después salir corriendo a la barrera por un hierro más. Hay que evolucionar e intentar que todo lo que se haga a caballo sea precisamente torear, en el sentido más estricto de la palabra, intentando en todo momento concretar los mandamientos fundamentales del toreo a pie: citar, enganchar, templar, ligar y rematar. Con ello se evitan los tiempos muertos que particularmente en el rejoneo hacen que la lidia pierda continuidad y vuelven intermitente y predecible la atención del público.
Ahora bien, el verdadero toreo a caballo se centra en tres pilares fundamentales: torear de salida, tocar en los cites y ligar las suertes. Torear de salida alude a que el primer tercio no es de mero trámite como muchos suponen, ni tampoco tiene como única finalidad el infligir un castigo severo a los astados. Esta comprobado que los hierros y las carreras pueden parar los pies del toro, más no hacerle embestir. Se debe entender que embestir es la movilidad dentro de la suerte, es decir, el galope ya sometido al temple, acompasado, limado ya de derrotes. Derrotan los toros, hasta los más bravos, que no han sido aún sometidos, por ello resulta lógico que al final de la embestida el burel se esfuerce en herir el engaño al que sigue lanzándole derrotes. El caballo debe asumirlos con aguante y sin irse, acompasando su tranco al galope del toro y cuanto más cerca mejor, dejando que se prolonguen en la embestida. Así se paran los toros en redondo.
A estas alturas de la lidia, el toro ha suministrado ya información suficiente, que entendida y asimilada se convertirá en la pauta para marcar las distancias, los terrenos y el ceñimiento en la ejecución de las suertes de clavar. Y es entonces cuando el caballo, obediente a las órdenes de su jinete, debe tocar al toro, algo que hace con el tercio delantero, con el pecho por delante, con la colocación de la cara, moviendo el cuello para marcar el camino que seguirá la embestida. Son como los toques que se dan con una muleta. Pero lo más importante sucede cuando el astado llega a la jurisdicción del encuentro y el caballo le ha marcado la salida por el pitón de adentro, y él se desliza al de afuera, ahí es precisamente donde debe intervenir el temple, que el remate no se una huída, sino el caballo que se arquea, su cara que mira la cara del toro, la grupa que se desliza acompasada, la embestida que se embebe en el engaño.
Y después debe darse la ligazón, que no siempre es un pase ligado a otro como sucede en el torero de a pie, sino el hecho de que la embestida del burel siga enganchada al caballo, y se aproveche para buscar otros terrenos, para corregir querencias, ya sean del propio caballo o del toro; una hilazón que debe resolverse con cambios al otro pitón o fijando al toro, dejándolo en sitio y listo para la próxima suerte, de manera que exista el mínimo tiempo muerto. De esta manera el ir a buscar otro hierro se da siempre después de una serie y permite otorgar un respiro al toro.
Énfasis especial merece el temple, mismo que empieza desde el acoplamiento mismo entre jinete y cabalgadura, después y ya en la cara del toro hay que enganchar. La embestida del toro tiene que acompasarse y cuando el caballo la recibe debe mediarla y apuntar los arreones, derrotes y cabezazos que el toro propina al no poder alcanzar a su presa. Y es en ese instante cuando el pulso del jinete y el valor del caballo se amalgaman para medirlos sin huir, sosteniendo la distancia del embroque hasta que el toro se desengañe sin dejar de embestir, o sea, acompasándose, persiguiendo con un ritmo evidente, transformando su acometida en la deseada embestida, exactamente como sucede con la magia de un capote o muleta en manos de un torero de a pie.